De Jackie Kennedy a Ava Gardner: los años dorados de la Feria de Abril de Sevilla
Lejos quedan los años en los que el old money de la aristocracia europea y el firmamento hollywoodense vestían traje gitano y vendían la Feria de Abril en el celuloide de medio planeta.
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Sin desmerecer el despliegue de elegancias nacionales que cada año se siguen paseando entre carruajes y trajes camperos, lo cierto es que hoy el encanto torero de la Feria de Abril de Sevilla descansa encasillado entre los Alba y los Rivera Ordoñez, pasando por Telecinco, sin que demasiadas figuras de la aristocracia internacional y muchas menos de la gran pantalla americana se interesen ya por la sevillana y la corrida, con Jerez o Manzanilla, como lo hicieran antaño.
No mentiremos: de Madrid para abajo, al español medio le sigue gustando mirar de reojo cómo se divierte la aristocracia patria y el quién-es-quién del famoseo. Aunque con mayor recelo, la Feria y su Sevilla siguen recubiertas de ese halo de clase y distinción que los nuevos toreros, las antiguas familias y las últimas caras del cuché -con su incondicional presencia- aún consiguen mantener. Sin embargo, poco se parece ya todo esto a aquellos años en los que -Duquesa de Alba mediante- por las calles de Sevilla el jornalero de la España franquista veía pasar a Jackie Kennedy o Ava Gardner ante sus ojos perplejos. Aunque ni siquiera las reconociera, ya se encargaría el vocerío local de insuflar el orgullo patriotero a la llegada de la celebridad.
No fueron las únicas; ni mucho menos. Brigitte Bardot, Audrey Hepburn o Grace Kelly serían las otras grandes bellezas del firmamento que pisarían una Sevilla (y una España) ávidas de nuevos estímulos. Ninguna de ellas fueron tan constantes, eso sí, como un Orson Wells que por entonces hacía de la Feria su segundo hogar. Mucho antes que Grace Kelly, aterrizaría en Sevilla el que fuera su marido Rainiero III de Mónaco. Lo harían también Hemingway y Sinatra. Allá por 1960 aparecería una princesa Soraya repudiada por el Sha de Persia y tan solo un año después una jovencísima Rita Hayworth a la que la prensa española no le otorgaría demasiado protagonismo. De nombre Margarita Carmen Cansino, rehusar de su ascendencia sevillana en Nueva York bien le podría haber valido tal desprecio.
Otros nombres que regalarían a la Feria de Sevilla relevancia internacional de altos vuelos serían Anthony Quinn, Evita Perón o Geraldine Chaplin. Años en los que la tradición andaluza más taurina y latifundista se revelaba exotismo sin par dentro de una Europa avanzada y democrática. El jolgorio de lunar y peineta se descubriría para el star system norteamericano como remoto club social donde compadrear con una nobleza europea que todavía ejercía como tal en una España servil e inculta. Un campo de cultivo idóneo, por cierto, también para nuestras grandes Paquita Rico, Carmen Sevilla, Marisol, Juanita Reina o Lola Flores que desplegarían todo su carisma dentro y fuera de nuestras fronteras.
La Feria de Sevilla seguiría, sin embargo, su curso y aguantaría casi intocable el empuje de los años, la llegada de los 80, la perdida de arraigo en la tradición taurina o la diversificación del entramado social español y sevillano. Hoy, aunque no sea anfitriona habitual de las nuevas estrellas de Hollywood o las realezas europeas, sigue siendo uno de los puntos calientes de reunión para la socialité española y foco de todas las miradas por su inestimable valor histórico y cultural.
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