Pintor, escultor, fotógrafo, arquitecto, influencer de moda... y hasta joyero. Como si se tratara de Leonardo da Vinci, Miguel Ángel o cualquiera de sus admirados maestros del Renacimiento italiano, Salvador Dalí utilizó todos los lenguajes y soportes imaginables para desarrollar su discurso artístico. Su faceta como orfebre, mucho más desconocida para el gran público, dejó treinta y nueve piezas que hoy en día se pueden ver de cerca en el Teatro Museo Dalí de Figueres, municipio que vio nacer y morir a uno de los máximos exponentes del surrealismo. Su reconocible iconografía queda bien plasmada en todas esas joyas con forma de corazones, labios, ojos, motivos vegetales o religiosos que hoy en día siguen inspirando a las firmas de moda.
Sus piezas de joyería, que eran dibujadas por él mismo con todo lujo de detalles sobre el papel y cobraban vida, bajo su supervisión directa, en los talleres del orfebre de origen argentino Carlos Alemany en Nueva York, bien podrían ser las que hoy embellecen –aún más– las colecciones de firmas como Schiaparelli. No en vano, Dalí colaboró con la fundadora de la maison, Elsa Shiaparelli, diseñando distintas piezas para su marca como una polvera con forma de esfera de teléfono que marcó su primera colaboración en 1935. Ahora es su actual director creativo, Daniel Roseberry, quien reinterpreta algunas de las piezas joyeras más icónicas de Dalí incorporándolas en sus creaciones textiles o convirtiéndolas en pendientes con forma de cruz, broches que reproducen la citada polvera o simulan sus famosos Labios de rubí y gafas de sol inspiradas en El ojo del tiempo. No es el único: Delfina Delettrez o Nina Runsdorf junto al artista israelí Nir Hod también beben del surrealismo en sus creaciones con forma de labios y ojos.
Es precisamente El ojo del tiempo una de las piezas de joyería más famosas y reinterpretadas de Dalí. Esta pequeña obra de arte recrea los relojes que pueden verse en cuadros como La persistencia de la memoria simbolizando la imposibilidad del hombre de escapar a su tiempo. Está esmaltado en azul y verde, contiene platino y diamantes tallados y en el lagrimal tiene un rubí y un diamante en forma de lágrima. El violinista polaco Henryk Kaston, que en sus ratos libres era joyero aficionado, fue quien forjó una pieza que comparte protagonismo con el broche de diamantes y rubíes inspirado en los labios de Marilyn Monroe, otra de sus joyas más famosas, reconocibles y reversionadas.
Utilizando materiales tan exclusivos como el oro, el platino, las piedras preciosas (diamantes, rubíes, esmeraldas, zafiros, topacios, etc.), las perlas o los corales, Dalí logró convertir su universo en joyas cuyo valor actual es incalculable. Una parte más de su legado que sigue viva gracias a la visión de creadores actuales como Daniel Roseberry para Schiaparelli, obsesionado con la obra del artista catalán.
"Sin una audiencia, sin la presencia del espectador, estas joyas no realizarían la misión para la cual fueron concebidas", dijo una vez el propio Dalí durante la presentación de una muestra pictórica en la Sociedad Gráfica de Nueva York. "El espectador es el artista fundamental. Su vista, corazón y cerebro se funden, tratando de entender de una forma u otra lo que ha pretendido el creador dándoles vida". Más de tres décadas después de su muerte, los espectadores siguen siendo testigos de su particular aportación al mundo de la joyería. Ya sea a través de las piezas expuestas en las vitrinas de su museo o de las reinterpretaciones que les dan una segunda vida –si cabe– más contemporánea e igual de relevante.
