El año en el que el juicio de O. J. Simpson mantuvo pegados a la televisión estadounidense a 150 millones de espectadores y, con 130 años de retraso, el estado de Misisipi ratificaba la decimotercera enmienda en favor del fin de la esclavitud, en los estudios de Hollywood se libraba otra batalla de diferentes magnitudes sociales. Un guión sobrecargado de un feminismo atípico en el cine adolescente de la última década del siglo XXI –hasta entonces– provocaba revuelo entre las mesas de los altos cargos. Amy Heckerling, habitual directora y guionista de comedias, cerraba así las puertas correderas de unas oficinas de la Fox dispuestas a sacrificar el protagonismo femenino en aquella adaptación renovada de la joven y caprichosa aristocracia de Jane Austen en su antológica novela, Emma. "Pretenden que me meta en la habitación de un chico desde la mente de una chica", gritó. ¿La paradoja? Este liberación de principios cumplía casi dos siglos de vida. Pero el tiempo siempre da la razón. Y Amy la tenía.

ADOLESCENCIA INOCENTE
Era 1993 y atrás quedaba ya el naive cine de instituto de John Hughes de finales de los 80 en el que Molly Ringwald arrastraba un constante estado de inadaptación social. En Fox se quería explotar la gallina de los huevos de oro de Aaron Spelling en Sensación de vivir (Beverly Hills, 90210) y el piloto encargado para televisión a una de las responsables de la rebeldía adolescente de la década anterior, con Aquel excitante curso (1982), pronto se convertiría en un proyecto aún mayor. En pantalla grande la juventud imperante se había limitado a los desequilibrios y falsas esperanzas de la Generación X con Reality Bites (1994) o Empire Records (1995), pero era la siguiente línea del linaje consumista la que empujaba para ser mostrada dejando a sus hermanas mayores ahogadas en una lata de refresco hiperazucarado. Heckerling, decidía infiltrarse así en un instituto de secundaria real de Beverly Hills –sirviendo así de base para la “Josie Asquerosi” de Drew Barrymore cuatro años después en Nunca me han besado–. Pero como reza Beyond Clueless, el documental de 2014 que corona a su casi homónima como la culpable de todo el renacer del género en la segunda mitad de los 90: "High school is hypnotic".

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Alicia Silverstone como principal escaparate de la adolescente consumista de los 90.

ADOLESCENCIA ASESINA
“Es mi amiga porque las dos sabemos lo que es que la gente te envidie”. Al igual que en 1999 American Beauty daba la bienvenida al nuevo siglo con una comedia negra de la sociedad adulta del momento, en 1989 era otro estandarte el que proporcionaba estos elementos clave en el cine de instituto. La Escuela de jóvenes asesinos (Heathers) de Winona Ryder y Shannen Doherty –no es casualidad el contrapunto a Sensación de vivir– se había convertido por derecho propio en la primera sátira de la historia del cine adolescente. Un subgénero que reinaría durante toda la década siguiente y quedaría completamente arrastrado por las tres abejas reinas de la colmena: la propia Heathers (1989), Clueless (1995) y Chicas malas (2004). Ninguna sería capaz de subsistir sin la otra. Los prejuicios hacia un género considerado exclusivamente de películas diseñadas para un público acostumbrado al consumo bulímico se convertían así en el vivo reflejo de la década encerrada en una jaula de oro.

Era esta jaula de oro generacional la incubadora de conejillos de indias. Y aquí es cuando la pregunta “¿Y por qué Clueless es el mejor retrato de la adolescencia en los 90?” tiene su efecto más directo. La generación que lo tuvo todo en un tiempo en el que el presente actual vivía su fase embrionaria. La cultura del consumismo desorbitado en una incubadora que terminaría explotando en la mente de esos adolescentes que se anticiparon a Internet, al feminismo, a Kim Kardashian y a todo Silicon Valley. Si la Cher Horowitz de Clueless se anticipaba a Carrie Bradshaw como una adicta a la moda, al estilo de vida caprichoso y consumista analizando la sociedad que le rodea con monólogos ironizantes de voz en off y, en definitiva, siendo la peor amiga posible haciendo y deshaciendo todo en su propio beneficio, sí, Clueless se anticipó al feminismo audiovisual de finales de los 90. Claro, que también habría que dar las gracias a Cher por dotar al Windows 95 de la emoción que no tenía. Y a Paramount por acoger en su brazo este feminismo de culto. Así que, haciendo caso a la traducción más literal de este escaparate del cine adolescente los prejuicios hacia su legado cultural, después de 20 años, probablemente se limiten al público más “desorientado”. Iggy Azalea –por una vez– también opina lo mismo: “I’m so fancy”.