Madres que ríen persiguiendo a sus hijos en el jardín, que amamantan sin atisbo de cansancio a las tres de la mañana o que preparan la merienda a su prole en un horario en el que la mayoría de mujeres aún no han vuelto del trabajo. La madre perfecta, servicial y amorosa que impregna los anuncios del Día de la madre –y, en realidad, gran parte de las representaciones de la figura maternal que trascienden a este día– no es la que muchas encontraban al llegar del colegio ni aquella con la que se reencuentran en la comida de los domingos. Las relaciones entre madres e hijos (y de forma especial entre madres e hijas) suelen ser mucho más complejas y, en más casos de los que se admite, más duras, dolorosas e incluso tóxicas. Dejando a un lado –si es que es posible– la deriva comercial de este día, la celebración del primer domingo de mayo es la máxima expresión de la gratitud filial y la figura edulcorada de la madre. Una que casi siempre se aleja de la realidad porque no todas las madres tienen siempre caldo en la nevera. Y lo más importante: no tienen por qué tenerlo.

"Hay un sentimiento de culpa gigantesco. Si decimos que tenemos una relación complicada con nuestra madre o que, directamente, ese vínculo nos daña, parece que estemos siendo unas ingratas o unas desagradecidas. Unas hijas horribles", explica a Harper's Bazaar Blanca Lacasa, autora de un ensayo dedicado a abrir este melón y bautizado precisamente así: Las hijas horribles (Libros del K.O.). Para la periodista y escritora, el sentimiento de deuda con nuestras madres unido a esa culpabilidad nos mantiene presas y calladitas. "Existe una especie de ley del silencio que nos inmoviliza y, en muchos casos, nos mantiene en lugares en los que no queremos estar", continúa.

Consciente de las similitudes entre su relación son su propia madre y la que mantenían algunas de sus amigas con sus respectivas, Lacasa decidió explorar en este libro los factores culturales, históricos, sociológicos, psicológicos y del sistema patriarcal que explican parte del meollo. "Todo esto conforma un modelo de maternidad imposible de llevar a cabo por irrealizable e inalcanzable. Y eso es lo que hace que haya un patrón tan parecido de comportamiento. Precisamente porque la figura de lo que 'debería' ser una madre está demasiada pautada y marcada. Y cada mujer es distinta, cada madre también. Al igual que cada hija somos de una manera y las relaciones que construimos con nuestras madres también deberían ser únicas y no tan estipuladas como lo han estado hasta ahora", añade.

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Portada de ’Las hijas horribles’ (Libros del K.O.)

Concuerda con ella la periodista Victoria Gabaldón, fundadora y directora de Mamagazine, una revista que cuestiona el relato tradicional de la maternidad, monopolizado por la entrega de la madre abnegada que jamás se queja. "La figura materna está sometida a una presión abrumadora, con expectativas altamente marcadas. La idealización de las madres y la necesidad de alcanzar la perfección las coloca en un pedestal inalcanzable. Este estándar tan exigente se transfiere a las hijas, quienes también se ven obligadas a cumplir con dichas exigencias. ¿El resultado? La sempiterna culpa por no poder cumplir con las expectativas, algo que es común tanto para las madres como para las hijas".

Aceptar que ni unas ni otras han de ser perfectas es, desde el punto de vista psicológico, muy necesario para acabar con una herida que suele ir unida a un estigma social. "Las relaciones entre madres e hijas (madres e hijos en general) no tienen necesariamente que ser ni idílicas. Lo normal —e incluso me atrevo a decir, lo sano—, es que haya diferencias y pequeños conflictos", opina el psicólogo y coach Carlos García. Sin embargo, reconocer que no nos llevamos bien con nuestra madre aún es un tema tabú, algo que incluso puede llegar a avergonzarnos. "Atreverse a hablar de que tienes una mala relación con tu madre es exponerse a recibir un montón de críticas y de comentarios gratuitos basados en lugares comunes que ya han quedado obsoletos", apunta Gabaldón poniendo sobre la mesa uno de los principales motivos por los que, hasta ahora, el silencio continuaba aumentando el monstruo de un estereotipo apuntalado por el cine, la literatura o la publicidad.

"Culturalmente se nos pide que tengamos una relación de amor inquebrantable con nuestra madre, sin preguntarnos qué tipo de persona es. Cuando discutimos o chocamos con ella se produce un conflicto de culpabilidad que afecta más a las hijas con madres ya mayores", explica Carlos García, que ha recibido en su consulta a pacientes atormentadas por la complejidad de estas relaciones. En su experiencia, la cosa se complica más en el caso de madres que se dedicaron casi en exclusividad al cuidado de sus hijos y a las que, pasados los años, les cuesta reconocer la autonomía de sus retoños. "Cuando has salido del nido tu madre tiene que ocupar una posición diferente. El problema es que no todas las madres aceptan este nuevo papel, más secundario, en la vida de sus hijos e hijas", asegura.

Cambiar la dinámica de las relaciones maternofiliales pasa, según los expertos consultados, por la empatía, el diálogo, el perdón y la posibilidad de la reparación para crear relaciones más sanas, equitativas y satisfactorias. Y un buen comienzo es derribar el mito de la perfección tanto en madres como en hijas aceptando las imperfecciones propias y ajenas. "Entender que nos vamos a equivocar, concedernos el derecho al enfado, intentar ver más allá del tú a tú y aceptar lo que hay sabiendo que si las cosas no se pueden salvar, tampoco hay que quedarse sí o sí", opina Lacasa. Y termina: "Y, sobre todo, tratar de ser personas independientes, autónomas y adultas que no dependen de su hija o de su madre para tener o hacer una vida".